Gilbreth, Moller y el sexismo lingüístico


La semana pasada me enviaron para corrección un interesante texto sobre administración del tiempo. Aunque yo soy más del movimiento slow (a este respecto, qué mejor referencia que Elogio de la lentitud, de Carl Honoré), siempre viene bien ganar herramientas para aprovechar un recurso tan escurridizo.

En uno de los capítulos, la autora introducía de esta manera las investigaciones de tres pioneros en el tema:

«El principal aporte para la administración del tiempo comenzó con los trabajos de Frederick Taylor, Frank Gilbreth y su esposa Lillian Moller (…)».

Y más adelante decía:

«Los Gilbreth optaron por hacer los procesos más efectivos al reducir los movimientos involucrados».

Aunque en apariencia estas dos oraciones no presentaban erratas ni problemas de estilo, son un buen ejemplo de sexismo lingüístico sobre el que quiero reflexionar.

Empecemos por una definición. Sexismo lingüístico es discriminación de género asociada al uso del lenguaje. Es decir, es una forma de discriminación en la que interviene la palabra. Pero el asunto no es tan sencillo. Cuando uno empieza a estudiar el tema, necesariamente surgen preguntas como estas:

  • ¿Quién discrimina: el lenguaje o las personas?
  • ¿El lenguaje determina la forma en que entendemos el mundo?
  • ¿El lenguaje reproduce estereotipos sexistas y relaciones que giran en torno a los hombres?
  • ¿Se pueden introducir cambios en el lenguaje para erradicar esos estereotipos?

Diferentes personas estudiosas de la lengua, de la comunicación y de diversidad de género vienen planteando este tema desde hace más de una década. Elaboraron sus propias teorías y propusieron soluciones. El tema se volvió de interés para la sociedad y ha llegado a los medios. Algunas personas ya incorporaron estas soluciones; otras las combaten, como si se tratara de un Boca-River…

Una mujer emerge de un lago

En general, lo que se plantea sobre este tema es que lo que no se menciona no existe. Y ha surgido la necesidad de nombrar a las mujeres, invisibilizadas durante años, y de escapar del lenguaje polarizado (hombre-mujer, ella-él). Es necesario nombrar —y así visibilizar— la diversidad sexual y de género. Por eso, el tema no se resuelve solamente con el uso de duplicaciones (estimados y estimadas), arrobas (estimad@s) y sufijo -e (estimades).

Con estas aclaraciones, ahora volvamos al texto. ¿Quiénes eran estas tres personas? Bueno, Taylor era ingeniero industrial y economista; Gilbreth era ingeniero industrial y experto en eficiencia; Moller era psicóloga y desarrolló sus trabajos en el campo de la ingeniería industrial. Los tres eran profesionales. Los tres trabajaron en el campo de la ingeniería industrial. Los tres fueron pioneros en la administración del tiempo. Gillbreth y Moller, además, estaban casados.

Pero ¿se los presenta en situación de igualdad? Por tres motivos, no:

  • La condición de esposa solo se especifica en el caso de Lillian Moller.
  • Se menciona primero a los hombres y, en último lugar, a la mujer.
  • Aunque al principio se menciona a Lillian Moller con su propio apellido, luego su figura se fusiona con la de su marido detrás de la expresión «Los Gilbreth» y ella termina desdibujada.

No es casual que, al final del texto, Lillian Moller dé la impresión de una mera asistente o colaboradora de su esposo y los apellidos que quedan en el recuerdo son Taylor y Gilbreth, cuando en verdad se trata de tres personas.

En este punto, les doy la palabra a Marta Concepción Ayala Castro, Susana Guerrero Salazar y Antonia M. Medina Guerra (2002), cuyo Manual de lenguaje administrativo no sexista fue una de las primeras guías en desbrozar este tema para el idioma español:

«Conviene no usar frases en las que la mujer se presente en relación de dependencia del varón cuando ambos comparten una situación de igualdad. Así, en el siguiente ejemplo que presentamos, la condición de cónyuge solo se le atribuye a la mujer, cuando, obviamente, también la comparte el hombre. Mediante el determinante su no solo se indica relación, sino que al mismo tiempo se connota la idea de pertenencia. Por tanto, es un tratamiento que debe evitarse».

Así las cosas, ¿cómo podía mejorar el texto?

En la primera oración, mencioné a Moller y a Gilbreth como matrimonio:

«El principal aporte para la administración del tiempo comenzó con los trabajos de Frederick Taylor y del matrimonio Moller-Gilbreth (…)».

E incluí sus nombres completos en la segunda oración:

«Lillian Moller y Frank Gilbreth optaron por hacer los procesos más efectivos al reducir los movimientos involucrados».

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